El cojo y el diablo
Se cuenta que en el Perú, durante la colonia, existía una bellísima mujer que acostumbraba pasear en su carruaje, bastante pomposo, todos los domingos a una hora determinada por la avenida principal de la ciudad de Lima, tomando rumbo a la iglesia. Había muchos galanes que salían a la calle a esa hora, con el exclusivo fin de verla pasar y admirar su hermosura.
Entre sus más fervientes admiradores, se encontraba un joven pordiosero, un vago, un malviviente de mala fama que tenía una pierna de palo, la ropa raída y la cara patibularia, enmarcada por una cabellera larga, bastante sucia y erizada. Como si fuera poco, la baba le escurría siempre que veía pasar a doña Elisa de Montenegro, que así se llamaba la hermosa y rica mujer.
Sabiendo el cojo que nunca se iba a fijar en él, decidió salir de la ciudad y visitar a una bruja para que le diera un filtro que hiciera que ella lo amara y de esta manera poder casarse con ella. La bruja le dio la receta con algunas recomendaciones: primero, debía ir, en noche de luna llena, a un campo apartado y allí encender cuatro velas, luego dibujar un círculo en la tierra con un pedazo de madera que fuera arrancado de un ataúd y que el muerto haya sido un joven mozo.
Segundo: en el centro del círculo debía como ofrenda quemar una pata de gallo rojo, tres colas de lagartija, una cabeza de perro negro, veinte hormigas y un ojo de sapo. Con todo esto y otros ingredientes, el cojo salió al campo en una noche de luna y siguiendo las instrucciones de la bruja procedió a quemar los productos en el centro del círculo, al mismo tiempo que pronunciaba las palabras cabalísticas para invocar al diablo.
No tardó en levantarse una enorme bola de fuego y una columna de humo y olor a azufre, donde asomó la cara del horrible personaje..
–¿Por qué me molestas? ¿Qué puede pedirme un hombre como tú?
–Señor de los infiernos, quiero que me concedas tres deseos, –le dijo–. Primero: que me des mucho dinero; segundo: que me hagas el más bello y simpático de los jóvenes; y tercero: que me consigas para que sea mi mujer a la hermosísima doña Elisa.
El diablo, luego de meditar un poco, le respondió así: –Si quieres dinero, trabaja, vago de porquería! Tú no serías simpático, ni volviendo a nacer; y en cuanto a doña Elisa, ya la quisiera yo para mí, desgraciado. Y desapareció el diablo dejando otra vez el fuerte olor del azufre.